Desafío ASTI Robotics Challenge, mucho más que una competición de robótica.
Podríamos hablaros de las bases, de los requisitos que los equipos tienen que cumplir, de cómo debe ser el robot o de qué premios pueden ganar, pero todo eso ya os lo hemos contado. Hoy queremos hablaros de lo que no veis, de esa ilusión contagiadora (bendita ilusión) de los profesores que animan a aprender de otra manera. Que pese a llevar muchos, más de 20 años en la enseñanza, no se cansan y confían en las capacidades de sus alumnos, de todos. Y que buscan retos y alternativas para enseñar robótica, programación, tecnología o simplemente a trabajar en equipo, pero de otra manera.
Os queremos contar también, cómo en la gran final de la competición, muchos de nuestros jóvenes participantes aprender a tener que manejar la frustración producida porque su robot no funciona, jurándonos a los que estamos por allí que “de verdad siempre ha funcionado”. Cómo se tienen que recomponer y entre todos, poner en práctica lo aprendido durante meses, para en primer lugar, averiguar “qué le pasa”, que en muchas ocasiones es lo más difícil, y después conseguir solucionarlo.
Y es que, el desafío ASTI también son las ganas y la motivación de los padres que en el confinamiento tuvieron que construir en el salón, cocina e incluso baño de su casa, un tablero para que su hijo/a y su robot compitiesen en una semifinal virtual con la que optaría a llegar a la final.
Lo es también la ilusión y los nervios de quién no ha hablado nunca en público, pero ese día como portavoz de su equipo tiene que explicar a un jurado formado por los mejores profesionales de grandes empresas tecnológicas del país, como gracias a vender bolígrafos han podido costear la placa base de su robot.
Porque seguramente cuando crezcan y sean grandes profesionales; ni profesores, ni alumnos, ni padres, recordarán aquel tema 3, lo que les “cayó en el examen” o cómo era esa diapositiva de circuitos eléctricos, pero no os quepa duda que sí recordaran que diseñaron su propio robot, participaron en una competición de robótica con sus compañeros, (con algo de suerte recordarán que se llamaba Desafío ASTI), que quizás fuera la primera vez que fueron a Burgos, y que aunque era mayo o por ahí, jolín que frío hacía.
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